Isabel vuelve a colaborar con un maravilloso texto:
Su cabello se había cubierto de polvo de espera, su cuerpo de meridianos y paralelos en un sin fin de líneas que surcaban su geografía. Las horas, con su cadencia sorda y aburrida, pasaban, a veces lenta, a veces rápida, mientras, los latidos de su corazón se acompasaban al ritmo de sus pensamientos.
Algo había desatado una tormenta, o varias, en su interior. Se miró en el espejo de sus emociones y vio un reflejo triste y apagado, sintió sus raices mutiladas impunemente, sangró de desarraigo y lloró.
Cerró los ojos y recordó historias ancestrales, heredadas de generación en generación.
Invocó a su linaje femenino, a las mujeres de su estirpe, fuertes, con muchos renglones escritos y muchos, aún, por escribir. Cogió esos hilos de historia de los que formaba parte, los juntó con los que emanaban de su interior y pensó que tenía que seguir tejiendo con amor y agradecimiento, honrando y sanando, completando lo que faltaba, soltando lo que sobraba.
Ahora estaba al frente de ese linaje de mujeres que la habían precedido y que unidas a ambos lados de su espalda la empujaban a seguir en una cadena de amor, con la fuerza de sus manos, de corazón a corazón. Tenía una misión que cumplir, estaba escrito, no podía dejarse vencer y no lo haría, se lo debía a todas, no las podía defraudar, NO LO HARÍA.
Volvió a mirarse en el espejo de sus inquietudes, ahora se vio florecer. Al fondo, tras de sí, adivinó sonrisas de complicidad y una brisa suave rozó su mejilla con calidez. Guiñó un ojo con gesto cómplice, lanzó un beso, se despidió y alguien susurró, GRACIAS, DESDE MI INFINITO A TU ETERNIDAD.