Colaboración de Isabel Martín Sánchez.
El CAJÓN DE MI ABUELA.
La casa de mi abuela era un sitio especial, tan especial como ella misma.
Yo solo tenía una casa de mi abuela, la de mis abuelos y su numerosa familia, la otra era mi propia casa.
Tuve la suerte de vivir con una abuela que fue compañera y guía y disfrutar de otra que era luz.
Un día hablaré de mi abuelo, el único que conocí y el primero que me hizo experimentar el profundo dolor que supuso su ausencia.
Había un cajón en el aparador de mi abuela que era distinto a los demás, no por su apariencia, si no por su contenido. Era ese espacio que todos tenemos para depositar pequeños objetos fuera de uso de los que no nos queremos desprender; cadenas rotas, llaveros con propagandas, llaves que ya no abren nada, un bolígrafo que dejó de pintar, tarjetas, fotos, una entrada de cine usada... Objetos varios que una vez fueron necesarios y muy queridos, que cayeron en desuso, esos de los que un día te acuerdas, vuelves a buscarlo y descubres con tristeza que "el olvido" lo deterioró y ya no tiene utilidad. Pequeños "tesoros" en definitiva, sin apenas valor material, pero llenos de significado.
Explorar en aquel cajón era como poder hacerlo en el cofre del tesoro de los piratas. Allí se guardaba lo que ni queremos ni dejamos de querer, un lugar de nadie y de todos donde ir dejando trocitos de historia. A mí me interesaban todas esas historias que cada objeto contaba. Fantaseaba al mismo tiempo que pedía lo que despertaba mi interés, por muy inútil que pareciera.
Para mi curiosidad infantil era todo un mundo por descubrir.
Más allá del cajón era el ambiente que lo rodeaba, ese que mi abuela supo imprimir a su entorno y a su vida, ella era el pegamento que unía todas las piezas, haciendo que cada una encajara en el sitio que correspondía, dónde todos pudieran sentirse verdaderamente a gusto. Nunca la vi ordenar a nadie lo que tenía o no tenía que hacer, en su presencia todo fluía ¡Era tan mágica!
Hoy ya no existe la casa de mi abuela, de mis abuelos, ni el cajón de su aparador, ni ese espíritu que ella sabiamente supo imprimir a todo cuánto la rodeaba, ni siquiera existen ya, tristemente, algunos de los que depositaban recuerdos allí.
De aquel cajón solo queda lo que mi memoria conserva, además de la tristeza de saber que hay cosas importantes que ahora forman parte de lo que ya no es necesario mantener.
Se perdió la magia que su dueña desprendía y la herencia de su sabiduría, se perdió esa envoltura tejida con el hilo invisible del amor, que nos envolvía a todos los que tuvimos la suerte de ser algo suyo.
Sé que algún día alguien volverá a buscar en aquel "cajón", ahora imaginario, los restos de una injusta indiferencia y querrá recomponer lo que el olvido y el vacío se encargó de romper, querrá pegar los trozos y descubrirá que no hay pegamento, que se endureció por ceguera y desinterés, que terminó inservible en el fondo de ese "cajón de mi abuela", allí donde ya nunca habrá nada más que guardar, nada más que buscar, ni nada más que pegar.
En este mes de los difuntos, en homenaje a los que marcharon de este plano y siguen presentes desde el otro lado con todo el amor que dieron y con todo el amor que recibieron. En recuerdo también de aquellos que, estando, decidieron libremente no estar.
Isabel M. S.