Ante la injusta política que estamos sufriendo en España, tenemos que recordar algo que en su día dijera Quevedo, genio agudo y mordaz.
Parece que no hemos avanzado mucho desde el Siglo de Oro español acá, pues parece como si Francisco de Quevedo se hubiese despertado y hubiese puesto el telediario, su exclamación fue esta:
Francisco de Quevedo y Villegas nace de una familia aristocrática cortesana formada por el matrimonio Pedro Gómez de Quevedo y Villegas y de María Santibáñez el día 17 de Septiembrede 1580, signo Virgo, le gustaba poner los puntos sobre las íes y aprovechaba cualquier oportunidad para ello. Cultiva prosa y poesía y encarna el Conceptismo en España frente al Culteranismo, representado por Góngora, su enemigo.
Cursó primeros estudios en el Colegio de los Jesuítas que hoy es Instituto San Isidoro, prosigue estudios en la Universidad de Alcalá de Henares y después estudia Teología en Valladolid, siendo por entonces esta ciudad sede de la Corte, es decir, la capital de España. Estudió latín, griego, hebreo y lenguas modernas. De caracter inquieto se veía con frecuencia envuelto en intrigas; algunas, de las más importantes de su época.
De carácter caballeresco y apasionado, mató en duelo, en el atrio de una iglesia, a un tipo rufián que molestaba a una dama piadosa. A consecuencia de este incidente se ve obligado a huir a Italia bajo la protección del Duque de Osuna. Regresa a España tras el incidente y acompaña al duque a Nápoles, donde fue secretario, demostrando integridad y habilidad para el cargo.
Posteriormente, fue enviado a Venecia en misión informativa secreta, pero fue descubierto y casi estuvo a punto de ser ejecutado.
De vuelta en España, fue encarcelado por motivos políticos, recluido en el convento-castillo de los caballeros de Santiago en Uclés y luego trasladado a la Torre de Juan Abad.
Liberado, más tarde vivió en la Corte, donde ocupa cargos importantes. Sin embargo, tras la publicación de un escrito satírico atribuido a él, se enemistó con el conde-duque de Olivares, lo que llevó a su reclusión en el convento de San Marcos de León, en condiciones inhumanas, pasando allí cuatro años encarcelado. Fue liberado tras la muerte del conde-duque. Se trasladó luego a su Torre de Juan Abad y más tarde a Villanueva de los Infantes, donde falleció.
A los cincuenta y dos años se casó con una viuda, señora de Cetina, pero el matrimonio fue breve y desafortunado, separándose poco tiempo después y quedando viudo.
Realmente Francisco de Quevedo parece un hombre contemporáneo por su actitud.
Era un ferviente defensor de la pureza del idioma castellano, criticando el uso innecesario de neologismos. Es lo mismo que pasa hoy y lo mismo que muchos criticamos hoy.
La reputación póstuma de este destacado escritor y pensador de gran espíritu ha sido sin duda distorsionada, presentándolo como una especie de bufón dedicado al humor y la vulgaridad, más que un hombre serio, inteligente y crítico con lo que veía fuera de lugar en su época.
Aunque en ocasiones fue satírico y mordaz, lo sabemos bien, su intención era profundamente crítica, buscando mediante la sátira el remedio para muchos males que afectaban a la sociedad de su tiempo.
En Quevedo coexisten dos facetas: el moralista estoico, preocupado por la decadencia nacional y el satírico vitalista, que a veces recurre a la procacidad, al lenguaje coloquial y grotesco. Castiga lo que odia mediante la dureza de su lenguaje cárstico.