Vio la muerte pasar, no era su momento aún.
Recogió los jirones que quedaban de su maltrecha experiencia.
Era la oportunidad de un nuevo renacer. Había llegado la hora de su metamorfosis.
Se encerró con el alma hecha pedazos y comenzó a armar el puzzle de su existencia.
La vida le había dado una oportunidad, no podía desaprovecharla, no bastaba con remendar, había que recomponer y había que hacerlo de la forma más hermosa.
Zurció sus trozos y creo una trama sobre la que bordar. Y bordó... Bordó bellas mariposas. Ellas le recordarían que de una dolorosa transformación puede surgir la belleza más sublime.
Y eso que bordó desde lo más profundo de su alma, se hizo realidad. Desarrolló unas espléndidas alas que la elevaban a lo más alto, que, a pesar de su aparente fragilidad, le ofrecían un cielo entero donde espandirse.
Se posó sobre aquellas mejillas que una vez fueron terciopelo para sus labios, no podía abrazarla y voló a su alrededor creando un canal de protección, como el más maravilloso de los abrazos, hacía mucho que no sentía su calor.
Sobre sus cabellos dejó caer el polen recogido de las flores más hermosas y junto a sus oídos un susurro de amor incondicional. Vació su alma para derretir el hielo de ese cuerpo que una vez fue su refugio y que había sido secuestrado por un helado anochecer. Se despidió con un "hasta luego" y deseo, con todas sus fuerzas, recibir por respuesta un "no te vayas".
Partió hacia el sol a pedir el calor que le faltaba.
Y mientras esperaba, subió a lo más alto, para vigilar, desde allí, junto al ángel que la guardaba.
Isabel Martín Sánchez.