Colaboración de Isabel Martín Sánchez
Para ti, que amas por encima de ti.
Para tí, que das sin recibir.
Para quien buscó y no encontró.
Para quien encontró y no supo corresponder...
Para quien, a pesar de las dificultades, siempre descubrió un motivo para seguir y una oportunidad
para crecer.
Para los que estuvieron, los que están y los que estarán.
Había oscurecido, tumbada en su hamaca miró al cielo envuelto en sombras y lo imaginó como un grandioso acerico cuajado de brillantes alfileres, soñó en recomponer los jirones de su alma herida y zurcirlos con esos finísimos hilos de luz, mágicos y transparentes, que atraviesan el firmamento uniendo constelaciones.
Sintió el beso de una refrescante brisa que, en el calor de la noche, traía aromas a yerbabuena recién regada, a romero, a jazmines y arrayán... a "conciencia" de flores blancas.
Sintió ese éxtasis que penetra por los sentidos, que conecta lo humano y lo divino, cuerpo y espíritu y se sintió infinita y eterna bajo el titilar brillante de esos millones de ojos que centellean desde la bóveda celeste.
Se abrazó al universo y se bañó de luz de luna, de lluvia de estrellas. Cerró los ojos y se dejó seducir por el embrujo tímido y romántico de la noche estival.
El cosquilleo de un airecillo tenue sobre su cabello la volvió a la realidad.
Miró nuevamente al cielo y vio como una estrella fugaz lo cruzaba para impactar en sus pensamientos, arrastrándolos a lo más recóndito, a millones de años luz en el tiempo y en el espacio.
Siguió la estela y pidió un deseo...
Oyó campañillas en su interior ¿Era su ángel de la guarda recordando su presencia? Pensó que si, él siempre está atento. Esbozó una sonrisa cómplice, se llevó las manos al pecho y sintió el calor de esa luz que emana del interior y tiempla el alma.
En ese momento supo que no había nada que recomponer, que eso que quería unir estaba roto para siempre, que esa luz con la que quería alumbrar no era capaz de iluminar las sombras de los que se ocultan tras ellas esclavos de sus demonios.
Dejó caer al fondo de los abismos aquello que le había dado tanto miedo perder, comprendió que la verdadera pérdida era intentar mantenerlo.
Cerró los ojos, aspiró de nuevo aquel aroma que embriagaba sus sentidos y pensó ¿Quién mira al infierno existiendo el cielo? ¿Quien se deja llevar por los demonios existiendo los ángeles?
Y mirando al cielo, siempre mirando al cielo, se prometió dejarse llevar por los ángeles, amarse y ser feliz...
Y desde ese punto, ya, comenzó a rozar los cimientos de la Gloria.
Isabel M. S.