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Ideas espirituales sobre la situación actual

 

Colaboración del Dr. Lluciá Pou Sabaté

Es "parte de una entrevista que me hicieron, con algunas , espero que te guste. Saludos!

Llucià"

Luciano Pou: "La paz interior ayuda a la inmunidad de nuestro organismo" 

-Como teólogo, ¿cree que el cristianismo está viviendo un repunte gracias al coronavirus?

-Imagino que sí, pero no por lo que dicen muchos de que sea algo venido del cielo para castigar o cambiar el mundo. Todavía nos queda mucho por aprender: pienso que hemos de huir de pensar que Dios ha mandado esta pandemia para que mejoremos. Hemos vivido una época del tener, un estado del bienestar, y hemos de pasar a priorizar el ser más que el tener, el bien-ser más que bien-estar. En definitiva, se trata de una alquimia del pensamiento, despolarizándonos de esas cosas materiales que hemos dicho y, si limpiamos todo eso que nos quita la paz, encontramos lo que Dios quiere: que tengamos paz. “Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción”, señala el profeta Jeremías. Todo lo que desasosiega y llena de inquietud no viene de Dios. Todo miedo no viene de Dios, sea miedo al pecado o castigo o cualquier demonio. Como dice el Evangelista Juan: “El amor echa fuera al temor” y “el que tiene miedo no es aún perfecto en el amor”. Por tanto, si ese repuntar religioso es amoroso y libre, será auténtico.

-Entonces, ¿por qué existe esa creencia de que la religión se aprovecha del miedo de la gente?

-Ese miedo que aparece en nuestros días no es de Dios. La falta de paz no es la auténtica religión, sino al revés: Jesús dirá: “La paz sea con vosotros, no tengáis miedo”. Es falsa una interpretación religiosa que llena de miedo, que impide la paz. “Bienaventurados los que llevan paz, los constructores de paz (pacíficos), porque serán llamados hijos de Dios”.

-¿Aceptar la crisis lleva a comprender su conveniencia para el desarrollo personal y colectivo, así como vislumbrar los muchos bienes que de ella pueden derivarse a corto, medio y largo plazo para la humanidad?

-Dios no quiere el mal, sino que, de ese mal que por motivos misteriosos permite, para no quitarnos la libertad, o dejando que la naturaleza actúe… de todo mal saca un bien mejor, por caminos que no conocemos. ¿Por qué el mal? ¿Por qué tanta muerte y devastación? ¿Cómo es posible que Dios permita todo esto? Y si es bueno, ¿cómo cuida de los hombres? Si es omnipotente ¿por qué no hace algo? Estas preguntas filosóficas son las que he oído estos días, las que se han hecho desde un niño de 10 años hasta personas de más edad: ¿qué providencia permite los desastres?

Esta es la gran pregunta. Hay dos soluciones ante esta pregunta: o todo es absurdo o la vida es un misterio. Pero acogernos al misterio no significa dejar de pensar. No. También ahí se me presentan dos opciones: Dios es malo porque yo no entiendo cómo permitiría esto, o bien Dios es bueno y sabio, pero yo no entiendo de qué va la cosa. Es como aquella historia de un aprendiz de monje que, al entrar en el convento, le encargaron colaborar en tejer un tapiz. Al cabo de varios días, dijo de golpe: «No aguanto más, esto es insoportable, trabajar con un hilo amarillo tejiendo en una maraña de nudos, sin belleza alguna, ni ver nada. ¡Me voy!». El maestro de novicios le dijo: «Ten paciencia, porque ves las cosas por el lado que se trabaja, donde están los patrones con los nudos… pero sólo se ve tu trabajo por el otro lado», y le llevó al otro lado de la gran estructura del andamio, y se quedó boquiabierto. Al mirar el tapiz contempló una escena bellísima: el nacimiento de Jesús, con la Virgen y el Santo Patriarca, con los pastores y los ángeles… y el hilo de oro que él había tejido, en una parte muy delicada del tapiz: la corona del niño Jesús. Y entendió que formamos parte de un designio divino, el tapiz de la historia, que se va tejiendo sin que veamos nunca por completo lo que significa, su lugar en el proyecto divino. No lo veremos totalmente hasta que pasemos al otro lado, cuando muramos en esta vida y pasemos a la otra.

-¿Cuál sería el papel de Dios en todo esto?

-Los judíos y cristianos, al ver los desastres humanos y naturales en la historia, han creído en que aquello tenía un sentido escondido; la confianza en Dios ha pasado por encima del diluvio, y la destrucción de Sodoma y Gomorra, etc. Él es siempre refugio y fortaleza, como dicen los salmos: «Por ello, no tememos aunque tiembla la tierra o se derrumban los montes en el mar, aunque bramen las olas y tiemblen los montes con su fuerza. El Señor… está con nosotros». No somos los cristianos insensibles al sufrimiento, pero no aceptamos que sea absurdo, pensamos que tiene un sentido escondido. De hecho, Jesús no vino a quitar el sufrimiento, sino a llenarlo de contenido, al dejarse clavar en la cruz. Y enseñó incluso que los que lloran son bienaventurados porque serán consolados. De manera que el mal es un problema difícil de resolver, pero ante él toda la tradición cristiana es una respuesta de afirmación de que donde la cabeza no entiende, el amor encuentra un sentido escondido cuando se ve con la fe que Dios no quiere el mal, pero deja que los acontecimientos fluyan, procurando en su providencia que todo concurra hacia el bien: todo es para bien, para los que aman a Dios. Aunque vemos defectos como los virus o el cáncer, el mundo avanza hacia una perfección. Está claro que esta pandemia no es un acto de Dios, porque no ha sido Dios quien ha provocado este desastre.

-¿Para qué sirve el sufrimiento?

-San Juan de la Cruz decía: “Quien supiere morir a todo, tendrá vida en todo”. Es decir, si sabemos estar por encima de todo ese movimiento actual, donde todo se tambalea (una caída del PIB enorme, una tasa de paro inmensa, una caída del trabajo en B descomunal…) encontramos esa paz donde el místico castellano, a pesar de estar encerrado en una mazmorra por sus correligionarios, sin nada para poder escribir, compuso la poesía más alta de la mística castellana. Esa es la paz interior que hemos de conquistar.

-¿Por qué tiramos de Dios solo cuando no hay otra alternativa?

-Pienso que la tradición cultural, y sobre todo la conciencia interior, hace que nos acordemos de Dios cuando hay más necesidad. Conocí un día a un ejecutivo que dirigía una empresa. Me contó que agradecía a Dios un favor, su curación del cuerpo y alma. Tuvo un peligroso cáncer de huesos en la pierna, que le impidió seguir trabajando, pensó que moriría, e ingresó en un hospital especializado en este tipo de terapia. Allí una enfermera fue para él un ángel, le ayudó a llevar la enfermedad, y comenzó a ser feliz, cosa que no era en medio de la abundancia en la que vivía antes. Aceptaba la voluntad de Dios fuera cual fuera. Pudo volver a vivir vida normal, con su familia, su trabajo, sus amigos, pero de un modo nuevo, viendo todo como un don, la vida como una gracia, una ocasión de ayudar a los demás. Meses más tarde, se planteaba una cuestión curiosa. Metido otra vez en el mundo laboral, vino a pensar que envidiaba la felicidad de aquellos meses en el hospital, cuando a través del sufrimiento encontró a Jesús. El ajetreo del mundo parecía libertad, pero en realidad lo esclavizaba, la auténtica libertad la descubrió junto al dolor, que le hizo profundizar en un sentido de vivir más auténtico. Gran paradoja. Y recuerdo muchos más episodios como el citado. Para muchos, es tiempo de aprovechar como un retiro espiritual este tiempo de pandemia para crecer para dentro y encontrar la paz y a Dios en nuestro interior.

Esto me lo digo a mí mismo también, porque pienso que se me pasa ese tiempo de retiro y podría haberlo aprovechado mucho más: en meditación, en ayuda a los demás, en crecer para dentro, en experiencia de ese Dios escondido dentro de mi corazón…

-¿Cómo se pueden desarrollar las potencialidades humanas desde un punto de vista humanista cuando miramos al exterior y solo vemos injusticias, egoísmo y maldad? ¿Cómo tener paz en medio de todo esto?

-Yo diría que, una vez conquistada la paz, desarrollamos todas las potencialidades. Dicen que la parte del cerebro que desarrolla la solución de los problemas está en la zona occipital, y que funciona bien cuando no está bajo presión. Cuando algo nos agobia, no solucionamos aquello. Por eso dice la sabiduría popular: “Consúltalo con la almohada”. Y nos despertamos en medio de la noche con la solución a aquel problema.

La paz interior es fruto de esa paciencia, ciencia de la paz… y no depende de nada exterior, sino que es un trabajo que hacemos en nuestro ser interior. Todos queremos estar bien, tener una armonía vital donde todo esté en su sitio, y parece que dentro de nosotros tenemos dos lobos a los que alimentar, uno bueno, otro caótico, y según el que alimentamos ese es más fuerte y estamos bien o mal. Supuestas las necesidades básicas de tener algo para alimentarnos, todo lo demás está en nuestro interior.

La paz viene de aceptarme como soy, aceptar la realidad, a los demás, a todo lo del universo. Pero no es un decir esto es lo que hay en plan pesimista, sino algo abierto a un futuro que promete, sin victimismo ni descontento, es algo lleno de esperanza. La paz es “tranquilidad en el orden” (San Agustín). Es una conquista interior, una armonía vital que unifica todos los aspectos dándoles un sentido en el amor, fuerza unitiva que da sentido a todo. Y dice también que aquellos que buscan su fama y el poder, están enfermos, puesto que al ser incapaces de obras buenas tampoco son felices. Esto nos puede ayudar a reflexionar sobre actuaciones de determinados gobernantes: son ignorantes, yo diría mediocres

La paz es necesaria para un trabajo bien hecho, para la creatividad, el estudio y la contemplación. Es la meta del budismo (nirvana) en el aquietamiento y desasimiento de todo lo caduco. En el siglo XX el movimiento de salud mental propuso la paz interior como condición capital del desarrollo humano, y la ansiedad y angustia fueron catalogados como el gran mal de nuestro tiempo. Pero la paz interior no se consigue con pastillas. Ni absolutizando un aspecto de la vida como puede ser el deporte o la práctica religiosa o del yoga. No la tenemos consiguiendo triunfos o metas exteriores que nos propongamos. Pues al conquistar esas metas decimos: “La vida, ¿sólo es eso?”. Y viene algo parecido a una depresión. La paz viene de una comprensión profunda de la realidad, de que todo lo que pasa es lo que conviene para nuestro crecimiento pues esto es un colegio de almas que han de aprender unas lecciones.

Cuántas veces vemos a alguien con calma interior, con ausencia de conflictos, sin ansiedad ni agitación, entonces decimos: “Esa es una persona de paz, se nota que está libre de inquietudes y remordimientos”. Puede estar en el ojo de un huracán meditando tranquilamente y con la serenidad para poder intervenir donde haga falta. Y su acción es eficaz, porque tiene aquietado el cuerpo emocional.

¿Cómo sé si tengo paz? Si estoy alegre, pues el gozo es su consecuencia. Se logra cuando desaparece cualquier conflicto interior, cuando se trasciende el ego. No viene de la lucha contra el mal sino de dejar que fluya todo, de hacer un proceso interior y hacer lo que podamos. No es cierta la casualidad, sino que hay siempre una cierta causalidad, y a través de lo que pasa nos dejamos conquistar por una ley (de Dios, para algunos; del Universo, para otros) donde nos desarrollamos sabiendo que lo mejor está por llegar. El que tiene paz es consciente de que todo está bien porque viene de arriba, y todo es perfecto y correspondiente con mi aprendizaje, para que eso sea lo que los orientales llaman karma, una tarea que hay que hacer y que una vez cumplida nos transforma. Algo parecido a como el gusano en la crisálida se transforma en mariposa, así crecemos en sabiduría para forjar y descubrir nuestra misión, lo que constituirá nuestro legado.

Toda resignación desaparece y ya deja paso a una aceptación: “Me parece que el secreto de la vida consiste simplemente en aceptarla tal cual es” (San Juan de la Cruz). Y para eso hace falta una comprensión. Es no tener reactividad con los demás, sino que somos asertivos. La paz va unida a la felicidad. Y el sufrimiento se vuelve mucho más tenue con esa comprensión, pues el alma profunda no sufre ya, lo que sufre es la mente o las emociones. Es un nivel elevado de consciencia donde se ven las cosas con serenidad, sin el miedo que lleva a la competitividad, a querer controlar a los demás. El competir se transforma en compartir, y se vive un amor que se despliega en un espíritu de servicio a los demás, incluso a los que se llaman nuestros enemigos. Ya no se juzga, se discierne. El perdón es profundo.

Ya no hay agenda propia, no queremos controlar la vida ni ansiamos seguridades, podemos salir de nuestra zona de confort, para explorar nuevos campos (recuerdo que de eso habla el libro breve, casi el cuento de Quién ha robado mi queso). Nos fiamos de lo que llegue como venido de arriba y no deseamos hacer nuestra voluntad sino dejar fluir esa aventura de la vida que es aprendizaje.

La paz interior viene de este estado de aceptación, donde la reconciliación con uno mismo y los demás. También al mirar tanto aprovechado, tanto político corrupto vemos en ellos su ignorancia, vemos que todo eso es expresión de que cada uno está en su momento evolutivo, desde la ignorancia a la sabiduría. Y nos fijamos, sobre todo, en tanta gente maravillosa que hace que este mundo sea un sitio donde vale la pena vivir.

La información correcta, unida a un entrenamiento adecuado, y cuidarnos para tener una energía vital óptima, todo ello nos da esa paz interior. Puedo entrenarme con meditación o yoga, que desarrollan ese entrenamiento, aumentan nuestra energía vital, pero si no tengo información, si no tengo virtudes como amabilidad (facilidad para hacer el bien), se cae todo, me enfado y se me ve la falta de consciencia, seré un farsante.

Y como consecuencia de todo este mundo interior, aflora como en el iceberg unos resultados externos: recursos adecuados, buenas relaciones, buena salud y flexibilidad, que es adaptación al medio. Todas esas potencialidades que tenemos dentro. A esas personas se les dice: “Yo voy contigo al fin del mundo”, porque transparentan algo divino. Son personas que saben responder a una agresión con una sonrisa. Que lideran los cambios, como Buda, Gandhi o Teresa de Calculta. Y eso se consigue con ese entrenamiento. Podemos elegir qué actitud tener entre el menú del día: si alegrar el día a los demás o estar enfadado; estar energizado, o bien amargado y desmotivado; si estar cariñoso, o ser un muermo; con vitalidad, o pasando de todo; si auxiliador o amorfo; si creativo o aburrido…

¿Por qué hay tanta gente que prefiere estar desinformada antes que bien informado sobre la pandemia?

-Pienso que usted lo sabrá mejor, porque está en un periodismo de primera línea y toca el tema cada día. Por lo que yo veo, el espíritu humano prefiere muchas veces hacer como el avestruz, que esconde la cabeza y piensa que al no ver el problema este desaparece. Recuerdo un paciente que no quiso ir a revisarse unos dolores por miedo a que fuera algo serio, y cuando se dieron cuenta ya el cáncer estaba demasiado propagado para poder hacer nada. La información es importante para poder tomar las medidas. Es la virtud de la prudencia, que nos lleva a poner los medios, sin miedo porque tenemos esa aceptación.

La pandemia ha provocado también interpretaciones delirantes, desenfocadas. Ha provocado miedo, angustia. Hemos de tener prudencia, pero no miedo. Hemos de cuidar las reglamentaciones que nos ayudan a que no haya transmisión, mantener esas medidas, pero sin emociones negativas que solo restan energías y no aportan nada. Precisamente, la paz interior ayuda a la inmunidad de nuestro organismo y que, al estar más fuertes, no seamos propensos a padecer esa enfermedad.

Sí, el exceso de información es malo porque provoca angustia, y precisamente se consigue el efecto contrario: bajar las defensas y estar más propenso a la enfermedad.

Y por último, el negacionismo de la Covid-19 es una creencia falsa en una sociedad que propaga ideas sectarias, y algunos sostienen que no existe esa pandemia. Miguel Bosé es la figura más visible de esta corriente en España, dice que la pandemia ha sido “la gran mentira de los gobiernos”.

Sobre el origen y posibles causas de ese virus, algunos promueven teorías conspiratorias, sobre un gobierno mundial que lo ha provocado, poniendo entre otras personalidades supuestamente causantes a Bill Gates. Algunos sostienen que el virus fue creado en laboratorios con la complicidad de gobiernos como China y EEUU.

Otros dicen que el virus se escapó de uno de esos laboratorios de Wuhan. No falta quien señala a China como la promotora de una Guerra Mundial, pues mientras que los demás tienen una gran depresión en la economía, ellos pueden aprovecharse y crecer mucho en poderío. Donald Trump echa la culpa del virus a China.

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