Colaboración de Isabel Martín Sánchez Y de repente, un día te levantas, secas tus lágrimas, miras tus heridas... Te recompones, respiras hondo, te elevas por encima de toda tribulación y dejas ir, sueltas... Te quitas la venda, esta vez para siempre y miras de nuevo, sin maquillaje, sin artificio, dándote de cara con la realidad, la tuya, no la que otros quieren que veas. Y te das cuenta de la falsa, del tiempo perdido, del desgaste emocional de intentar salvar lo que estaba muerto. Y miras las heridas de una batalla que enfrentaste solo y decides marchar sin esa parte de ti que te dejó fuera de combate antes de que supieras que estabas en guerra, y te ves huérfano, sin esa parte que te amputaron... pero sigues y ves que tu camino es el mismo, que tú meta sigue ahí y que el peso que cargabas en tu mochila se va haciendo más liviano a medida que tomas consciencia. Entonces, miras atrás por última vez y te despides, das las gracias por esa fuerza inusual que te nació ¡Gracias! Mir